Moreno chupinazo

Creo que hace un año que no mencionaba mis escapadas a Huesca, pero cuando llega agosto es imposible olvidar las fiestas de San Lorenzo.

Un año más me presenté en las tierras oscenses para gozar de la semana más festiva de su capital. No fue sorprendente que tan solo llegar me llevaran a un bar antes de cenar y a un pub después. Huesca sin alcohol es inconcebible. Cabe destacar que ese pub es relativamente nuevo y es pionero en conseguir actuaciones de música indie. Ese día en concreto nos deleitó con su actuación un grupo que de mal que vocalizaban no supe si cantaban en inglés o en español y que presentaron su nuevo vídeo en primicia. Eso sí, empezaron algo tarde porque estaban terminando de editar el vídeo con Windows Movie Maker, o esa era la calidad de los cuatro efectos de desenfoque.

A la mañana siguiente nos levantamos a una hora aceptable para el almuerzo antes del chupinazo. Ahí es donde conseguí mi moreno especial, pues recordemos que el chupinazo consiste en tirarse tanto vino como se bebe mientras se rasgan las camisetas ajenas cual escena bíblica, pero menos poética, y pasar tantas horas como el cuerpo aguante bailando en la calle. Solamente empezar la rubia hincó los dientes en mi algodón y me dejó el omoplato derecho a merced del cruel sol de cuarenta grados que nos castigó toda la semana.

Aquella noche asistimos al concierto gratuito de Los Gandules, un grupo zaragozano que modifica las letras de los grandes clásicos con resultados hilarantes. Terminado el concierto nos fuimos a bailar en las peñas, en las cuales perdí al grupo —como es tradición— y la salida del Sol me mandó de vuelta a casa de la rubia.

La mayor parte de mi último día laurentino transcurrió en la cama, durmiendo después de la fiesta, y en la habitación de la rubia, viendo películas aislados del sofocante calor del exterior. Con un sol más bajo, pero inclemente, nos juntamos seis personas a cenar en la terraza de una casa ajena. El menú consistió en una ensalada, tortilla, embutido y una cantidad ingente de pasta que podría acabar con el hambre en el mundo. Sin olvidar el lambrusco, claro (Huesca y alcohol). Al estar nosotros ya mayores —que no los novios de algunas asaltacunas—, aquella noche cambiamos las peñas por la feria. Aunque si llegamos a cruzar por las peñas al dejar la feria nos habríamos quedado; que para otras cosas no, pero para bailar somos muy fáciles.

Al día siguiente cogí el último autobús hacia Barcelona para llegar a la hora de cenar e ir directamente a la cama para descansar. Aunque, siendo verano y fin de semana, puede que saliera a celebrar una última fiesta…

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