Como algunos ya sabréis, hace unos fines de semana tuve el descuido de dejarme caer por tierras de locas psicóticas mononeuronales, lugar también conocido como Huesca. Lo sé, fui un insensato, pero allá donde fueres, haz lo que vieres. Me vi obligado a camuflarme entre las masas (y no me refiero a los quilos de más que dice alguna que ganó) para no levantar sospecha (que siempre que voy a Huesca termino por levantar algo y no puede ser).
Bueno, vamos al grano (de los novios pre-púber que se echan algunas pederastas). Un servidor llegó a la gran ciudad el viernes por la tarde para pasar unas horas jugando al futbolín por equipos. Siguiendo el orden natural de las cosas, el hombre controlaba los muñecos atacantes y la mujer la defensa. Sobra decir quién hizo qué cuando mi amiga rubia y yo formamos equipo. Esa noche salimos de fiesta contra todo pronóstico, pues se pretendía estar en Zaragoza a las diez de la mañana siguiente. Aunque, la verdad, tampoco fue tan sorprendente terminar en los bares si tenemos en cuenta quién era mi huésped.
Pero dejadme monopolizar la atención de la noche. Vamos, como que es mi blog. Después de una ruta por el tubo de arriba fuimos al Twister, donde nos abastecimos de abanicos fluorescentes para triunfar a lo Locomia. Cuando volvimos al tubo de arriba nos metimos en el Fama. Mientras los otros se afincaban en la barra yo tomé la pista y me hice el rey, pues el local estaba vacío, pero no por mucho tiempo… En medio de la confusión (por hacer una introducción pseudointeresante) llegaron dos mozas que se enamoraron de mis abanicos. El resto es historia.
A la mañana siguiente despertamos para descubrir, no con mucha sorpresa, que la Rubia no había mirado los horarios de autobús ni de tren. En resumen (que llevo ya mucho texto y nada de contenido), llegamos a Zaragoza al mediodía. Una vez allí la Rubia, su novio, su cuñada de doce años, y yo nos disponíamos a ir solos a casa de una perezosa que estaba demasiado ocupada metiéndose zanahorias por la nariz como para venir hasta la estación que está a cinco minutos de su casa.
Sólo teníamos que girar tres esquinas y nos indicó el camino por teléfono. Nuestro fue el error al permitir que fuese la Rubia la receptora de las indicaciones porque la derecha es, a veces, un concepto relativo. Al final la Zanahorias tuvo que dejar las zanahorias tranquilas un rato y comparecer ante nosotros.
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