[Terror y licor en Huesca – 1 de 2]
La cosa no mejoró con la llegada de una zaragozana, anunciada sonoramente con el timbre para molestia de la compañera de piso de la Zanahorias. Afortunadamente no estaba durmiendo, estaba llorando porque el novio la dejó o algo así (nada importante). Salimos a comer un kebab o lo que fuese y volvimos a casa a ver Saw V. Un espectáculo. Bueno, el mayor espectáculo fue la Zaragozana, que nos bombardeó con más preguntas que la pequeña Cuñada. Aun así, gracias a mi agilidad mental al decir “Ya te lo contaré después”, pudimos disfrutar de nuestra tarde de cine.
Cuando llegó la hora de volver a Huesca, nos dirigimos hacia la estación Delicias (construida en honor a los chinos y su arroz) para coger el tren. Íbamos justos de tiempo, pero el tren llevaba un retraso de cinco minutos. Con este tiempo a nuestro favor compramos los billetes y empezamos a correr hacia el andén… en el sentido opuesto. Ahí se notó que la Cuñada y yo nos conservamos jóvenes porque les sacamos unos 25 metros a la parejita.
A la Cuñada y a mí, que entramos por las cintas de salida, nos asaltaron cuatro miembros del cuerpo de seguridad (entre ellos una mujer bien alimentada que no nos pudo atrapar) para decirnos que éramos unos delincuentes juveniles, pero que nos perdonaban por ser los más guapos de la estación. Después de finalmente perder el tren y conseguir que nos devolvieran el dinero con explicaciones filosóficas y caras de jóvenes sin posibles, compramos billetes para el autobús.
La Rubia tenía que estar a las 23.45 h en el Fama para trabajar en la fiesta del Licor 43. Llegamos a casa a las 23.30 h, con el tiempo justo para que ella se arreglara (falta le hacía) mientras yo preparaba unos bocadillos triples de sobrasada, tortilla de espinacas y pizza romana que saben mejor de lo que suenan. Ya en el Fama, ayudé a montar el stand y a vaciar la primera botella, la verdad sea dicha (los hombres tienen picha). La integración del Novio y yo en el equipo de azafatas fue tal que nos pedían regalos mientras él servía tapones y yo animaba con bailes detrás de la cortina translúcida.
Una vez terminado el alcohol y recogido el tenderete, la Rubia intentó llamarme porque me perdió. Atención, que me perdió en el Fama. Imaginad si llegamos a ir al Kafka… Al final vi un mensaje suyo y dejé a las fans de los abanicos del día anterior y a su amigo resultón para volver con los míos. Lo que no se puede negar es que la fiesta del 43 terminó como la fiesta de Blas. El camino de vuelta a casa fue amenizado por un Novio de gracia etílicamente potenciada.
El domingo al mediodía, con los ojos medio cerrados, cogí el autobús de vuelta a casa.
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