Hace dos semanas que empezó a refrescar. No hace ese frío de temblar en la calle a las once del mediodía, pero sí ese frío de necesitar una pieza de ropa adicional cuando sales por la mañana y cuando vuelves a casa al final del día. Aunque algunos días tampoco apetece quitársela y no sobra.
Debido a la confluencia de este hecho con mi reciente mudanza, me encuentro en el caso opuesto al de junio. Ahora son los pantalones cortos los que me sobran y los largos me faltan porque todavía están en el Penedés. Y no se trata solamente de pantalones; también voy falto de camisetas de manga larga, sudaderas, pijamas largos…
Así que los sábados de las últimas semanas, cuando vuelvo a mi ciudad, me estoy vistiendo con lo más veraniego de mi armario, sin importar la combinación, para dejarlo en mi antigua habitación y ponerme el lunes ropa de abrigo para llevarla a Barcelona.
Sería más fácil y hasta digno (me ahorraría comentarios sobre moda de algún primo cuando me ve llegar a casa) llenar una maleta con lo que no quiero y volver a llenarla después con lo que necesito. Pero ya sabéis que me niego a cargar maletas siempre que pueda evitarlo. Además, siempre meto alguna prenda extra en mi ya conocida mochila.
Ya podéis imaginar que, entre comida y ropa, ante cualquier problema o cataclismo que suceda estando yo en la calle, estoy preparado para echar a correr y sobrevivir algunos días.