Hacía ya tiempo que no hablaba de Huesca, pero San Lorenzo se lo merece. La primera y única vez que estuve para San Lorenzo no pude llegar a tiempo para el chupinazo. Llegué al día siguiente y me quedé toda la semana. Esta vez ha sido al revés; llegué la noche antes del chupinazo y me quedé un par de días.
Como ya he dicho otras veces, Huesca es fiesta y locura —o está llena de locos fiesteros—, y este año, al fin, he podido participar en el acto principal de sus fiestas: el chupinazo. Bueno, así es como lo llaman; pero ahora veréis que el chupinazo en si, el petardo, es más la anécdota que la fiesta.
Cada 9 de agosto los oscenses se levantan y se visten de blanco y verde para el típico almuerzo de huevo frito, patatas, longaniza y lo que les echen. Tal abundancia tiene el fin de soportar los litros de alcohol que vendrán después. Al mediodía saldrá un petardo no muy espectacular de un balcón de la plaza de la iglesia que irá seguido del himno de San Lorenzo —si es que lo llaman así— y lluvia de vino y rasgadura de camisetas. Antes del chupinazo también hay un pregón, pero que me disculpe el pregonero si no le pude oír porque la lluvia y las rasgaduras empiezan mucho antes en las calles y cuando llegas a la plaza ya no eres persona.
Vaciadas todas las garrafas de vino por vía tópica u oral, los más incautos deciden seguir la charanga que sale de la plaza y recorre la ciudad-pueblo durante un par de horas hasta llegar a una plaza donde hay música, bares y un aspersor que hace las delicias de los acalorados locos llenos de vino por dentro y por fuera para que aguanten la fiesta algunas horas más. Sobra decir que nosotros fuimos incautísimos.
Como siempre sucede; la rubia, mi anfitriona, y yo nos perdimos durante el pasacalle de la charanga y pasamos las horas de locura eventualmente con amigos, pero sobretodo, con desconocidos. Comprenderéis que con tal panorama de destrucción dejara las gafas y el teléfono en casa y allí fue donde nos encontramos pasadas las seis para dormir antes de lanzarnos a la noche.
Hay que admitirlo, esa noche rendimos poco. La rubia se empeñó en salir a las 10 de casa para no llegar tarde [¿A la fiesta que empieza a las 2?], paseamos por la ciudad-pueblo y nos encontramos la típica orquesta de fiestas de verano para todos los públicos. Después pasamos por las carpas de las peñas, donde ponen música toda la noche; pero había poca gente y hacía un frío polar, por eso preferimos reservarnos para el día siguiente.
Aquesta joventut…
I no tant joves, eh. Que de gent de trenta n’hi havia un munt.
perdona, pero el chupinazo no se dispara desde la iglesia…
Caotica, perdono que hayas confundido “de un balcón de la plaza de la iglesia” con “desde la iglesia” 😉
desde el balcon del ayuntamiento,
Pues eso. Te pondré de corresponsal. ^^
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