Queridos compañeros, aprovechando que es el centenario de la muerte de Mendeleiev —quien debe estar en el infierno por reírse de la teoría correcta de un químico contemporáneo suyo—, me dispongo a divagar sobre la tabla periódica de los elementos. No voy a hablar de las propiedades de los elementos porque no quiero ser cruel con vosotros. Voy a hacer un breve resumen de la historia de la tabla y, para ello, retrocederemos unos siglos para elogiar a los que acertaron y ridiculizar a los que no.
Fue Demócrito, un pensador griego, quien cuatro siglos antes de Cristo se preocupaba por la divisibilidad de la materia. Supuso que existía una partícula indivisible a la que decidió llamar átomo en un derroche de originalidad, pues significa indivisible en griego. Pero su ocurrencia no caló hondo y, en el siglo V, Empédocles se inventó esa memez de los cuatro elementos —tierra, fuego, agua y aire—, que se combinaban para formar todas las sustancias de la naturaleza. Y el gran Aristóteles decidió poner la guinda al pastel con el quinto elemento, que no es una película, sino el éter, que según él formaba las estrellas.
Dos siglos después, con tal panorama intelectual y como en tierra de ciegos el tuerto es rey, los árabes difundieron la alquimia durante las conquistas. Todo lo malo se pega. Pero, a pesar de los pesares, la búsqueda de la utópica piedra filosofal permitió el descubrimiento de cientos de compuestos químicos y algún que otro elemento. Aun así, no fue hasta el siglo XVII cuando nació la química decente.
Fue Döbereiner, un químico alemán, quien a principios del XVIII observó que había diferentes grupos de elementos con propiedades similares, lo que hoy son los grupos en la tabla periódica. A mediados del mismo siglo, Newlands, un químico inglés, vio que al ordenar los elementos según su peso atómico, las propiedades se repetían cada ocho elementos. Newlands inventó los períodos, pero se rechazó su idea porque dejaba de funcionar a partir del calcio. Finalmente, en 1869, Meyer y Mendeleiev pensaron, por separado, que los distintos períodos podían ser de diferente longitud. Por desgracia para Meyer, Mendeleiev lo publicó antes y así se le atribuye la autoría de la tabla actual.
Hoy la tabla periódica nos permite predecir las propiedades de cualquier elemento conocido o por conocer según su posición en ésta. Además estas propiedades suelen variar gradualmente de un extremo al otro de la tabla, lo que facilita el análisis y la comparación de elementos. Pocas sistematizaciones científicas pueden rivalizar con ésta.
Y aprovecho la situación y mi recién y vilmente impuesta soltería para ofrecerme a resolver dudas en la cafetería si cualquiera de vosotros, preferiblemente dotado de gran simpatía y mejor atractivo, tiene especial interés en los aspectos más químicos de la tabla.
Muchas gracias.
[Discurso original para la asignatura de Interpretación Consecutiva, 2007]
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